viernes, 9 de enero de 2015

Del punk al gore



Los súper-8s de Amodóvar constituían una especie de happening, con sus doblajes en directo y su hibridación genérica, capaz de pasar el épico-bíblico al modo de Cecil B. DeMille por la batidora de la zarzuela:

Pedro Almodóvar concibe el cine en súper-8 como un espectáculo, al estilo de los de cara al público. Este cineasta posee cucharadas soperas de tablas y las transmite al espectador con un estilo desenfadado, con humor inteligente e imaginativo que provoca el desmadre de la concurrencia. [Matías Antolín: op. cit., p. 118.]

Arrebato y Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), debut en 16mm hinchado a 35 de Pedro Almodóvar, constituirían para Vicente J. Benet “el definitivo epígono de unos modelos de cine experimental, comprometido, independiente o marginal que había establecido un trayecto en paralelo al cine comercial desde los tiempos de las vanguardias históricas”. [Vicente J. Benet: El cine español: Una historia cultural. Barcelona, Paidós, 2012. p. 358.]

El IIEC / EOC ha cumplido su ciclo en 1973 después de una etapa de huelgas, expulsiones masivas y prácticas para los que allí siguen —Imanol Uribe, Fernando Colomo, el actor Fernando Palacios— en condiciones cada vez más profesionales. En su espinoso acceso a la industria el cine en subformatos resultaría tan absurdo como regresivo. No así para los integrantes de las primeras promociones de la rama de Imagen de la recién creada Facultad de Ciencias de la Información. Allí coinciden Fernando Trueba, Antonio Resines —El memorioso (1975)—, Óscar Ladoire —Una historia elegante (De mayor, dandy) (1979)—, cultivadores del súper-8 hasta que Ópera prima (1980), dirigida por el primero e interpretada por los otros dos, les abre las puerta del cine comercial.

Los certámenes madrileños se disuelven o evolucionan al tiempo que los participantes. El concurso de cortometrajes de Alcalá de Henares deja de lado los subformatos tras sus primeras convocatorias; el convocado por el Aula de Cine de la Universidad Complutense deriva hacia muestras del naciente vídeo-arte y retrospectivas de cine experimental; en las primeras ediciones de la Semana del Cine Español de Carabanchel cohabitan los largometrajes españoles de producción reciente con complementos en súper-8; las sesiones más o menos organizadas tienen lugar en la sala 5 de los cines Alphaville y en cuanto centro social, bar de Lavapiés y terraza de la periferia se precie de programar actividades culturales alternativas.

Eugeni Bonet y Manuel Palacio cartografían el movimiento experimental en súper-8 de la segunda mitad de los años setenta. [Eugeni Bonet y Manuel Palacio: Práctica fílmica y vanguardia artística en España 1925-1981. Madrid, Universidad Complutense, 1983.]Mientras algunos compañeros de ruta se decantan por el vídeo y la experiencia audiovisual museística, Manuel Huerga —Brutal ardour (1978)— proseguirá una carrera intermitente en el cine convencional con Antártida (1995) o Salvador (2006). Entre tanto, el punk ha desembarcado en España. En ese momento, previo a la eclosión del vídeo-arte, la obra cuasi-secreta de Iván Zulueta y las películas de Pedro Almodóvar constituyen un puente con lo que se presenta bajo la etiqueta de Punk / New Wave y cuya cabeza de puente sería Permanent Vacation (1980), de Jim Jarmush. El resultado —teoriza el prematuramente desaparecido Ignacio Fernández Bourgón, programador de la sala 5 de los cines Alphaville— sería un cruce de los códigos del noir y el melodrama con Warhol y Casavettes.

A lo mejor no tienen tantas pretensiones, pero sí esa pulsión genérica Enrique Urbizu y Luis Marías cuando ruedan en Bilbao sus primeros metros —El lado salvaje, Con las horas contadas—. Hasta la implantación definitiva del vídeo como soporte a principios de la década de los ochenta, el súper-8 sigue vigente como escuela y banco de pruebas. Julio Médem en San Sebastián —El jueves pasado (1977), Fideos (1979) —, Tony Partearroyo —La esencia (1983)— y el núcleo expandido inicial de La Cuadrilla en Madrid —Despojos (1981), John Edward Ringling estuvo allí (1982)— o Antonio Cuadri —¿Estudias o trabajas? (1981)— en Sevilla juegan a reinventar el cine narrativo. Tomarán el relevo, ya en los noventa y ciñéndose al marco estrictamente genérico favorecido por la moda del terror y el gore, Santiago Segura con Relatos de la medianoche (1989) o Pedro Temboury con Vida y muerte de un coleccionista de discos (1992).

Atrás han quedado la alegalidad o ilegalidad de las obras, la ausencia de canales de distribución y la urgencia colectiva de documentar los cambios sociales. Lejos de la nostalgia, el súper-8 continúa siendo un modo de resistencia ante la asepsia e inmediatez digital.

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